Rosa Enriques, una niña bastante superficial y engreída, vivía con su familia un estilo de vida bastante cómodo, ella tenía una hermana llamada Clara y cuando tenían apenas 6 y 7 años respectivamente, la familia fue de paseo a Ibarra, donde sucedió un trágico suceso.
Clara salió con su hermana a dar un paseo por las montañas, las niñas no regresaban, así que sus padres preocupados fueron a buscarlas, hasta que de repente vieron una sombra, era Rosa, sentada al lado de un grande y verde árbol, con sus hojas verdes y húmedas por la lluvía, iluminado por la luna, una luna llena, la cual contrastaba de una manera tan armoniosa, que quien lo veía se quedaba sin palabras.
Los padres de las niñas corrieron hacia Rosa y le preguntaron dónde estaba su hermana, ella moviendo lentamente su brazo, con un gesto en su cara tan neutro y expresivo a la vez, poco a poco iba direccionando su brazo y su mirada, hacia un pequeño camino que conducía a una pequeña colina. Los padres afligidos fueron hacia la colina y lo que encontraron fue algo que los marcaría de por vida, ahí estaba Clara, recostada en el pasto, la luz de la luna iluminaba curiosamente sus ojos, los cuales estaban abiertos pero totalmente blancos, sus manos apretadas entre sí de una manera tan escalofríante daban testimonio de que algo bastante macabro había pasado ahí.